El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se reunirá este viernes 15 de agosto con el presidente ruso Vladimir Putin en la base militar Joint Base Elmendorf-Richardson, en Anchorage, Alaska. Será el primer encuentro presencial entre ambos líderes desde 2021 y la primera vez en décadas que una cumbre de este nivel se celebre en suelo estadounidense.
La agenda se centrará en la guerra en Ucrania. Trump aseguró que Putin estaría dispuesto a negociar un acuerdo de paz que podría incluir un intercambio territorial, aunque aclaró que “este primer encuentro prepara una segunda reunión con Zelenskiy y líderes europeos”. El portavoz de la Casa Blanca calificó la cita como un ejercicio de “escucha” orientado a comprender la postura rusa antes de eventuales siguientes pasos.
El Kremlin, por su parte, afirmó que la cumbre abordará también el control de armas estratégicas y la “creación de condiciones de paz”. Sin embargo, algunos aliados occidentales han mostrado preocupación de que el encuentro derive en medidas simbólicas sin impacto real.
El lugar escogido no es casual: Alaska, antigua colonia rusa hasta 1867, ofrece no solo un simbolismo histórico, sino también ventajas logísticas y de seguridad, especialmente ante la orden internacional de arresto que pesa contra Putin.
La exclusión de Ucrania del cara a cara ha generado críticas. El presidente Volodímir Zelenskiy y varios líderes europeos advirtieron que cualquier acuerdo sin su participación podría comprometer la soberanía ucraniana y legitimar la ocupación.
Se espera que la reunión concluya con una declaración conjunta o una breve conferencia de prensa, aunque no se descarta que solo uno de los dos mandatarios brinde declaraciones. El encuentro es visto como un momento decisivo para el futuro del conflicto, con expectativas que van desde un avance diplomático real hasta un simple gesto político sin efectos concretos.
Este encuentro en Alaska no solo es un intento de Trump por posicionarse como mediador global, sino también una jugada geopolítica que podría reconfigurar las alianzas internacionales. Al dejar fuera a Ucrania de la mesa inicial, se corre el riesgo de legitimar la narrativa rusa y debilitar el principio de soberanía que Occidente dice defender.
